jueves, 10 de junio de 2010

El café imposible.

Es curioso. Después de cierto tiempo hemos vuelto a hablar, a dirigirnos las palabra el uno al otro. Nos hemos cruzado por Internet, esporádicamente, sin prestarnos demasiada atención mutua.
Es como si, tácitamente, ambos hubiéramos aceptado que era mejor que no cruzáramos ni una sola frase a no ser que fuera estrictamente imprescindible.
Típicos clichés y frases hechas para saludar, expresar cordialidad indiferente de manera rápida y aséptica y no tener que perder mucho tiempo dando explicaciones.
“Hola, ¿Qué tal? ¿Todo bien? Me alegro”.
Fingíamos que aquello nos importaba. O fingíamos que fingíamos que aquello nos importaba. Había que hacer creer al otro que la vida iba sobre ruedas. Que no nos dolía ni el alma, ni las aurículas ni eso que escuece los días de lluvia que te quedas solo en casa, por debajo del peritoneo.
Y todo ello motivado porque ambos dos sabíamos que hay algo en el fondo de nuestros pensamientos que nos repele. Algo que sucedió y que ambos conocemos. O no. O eso creo.
Algo que no queremos recordar y que la sola presencia de los dos en el mismo lugar correría el peligro de hacer resucitar.
Y nos daría vergüenza. Por lo que pasó. Por lo que dijimos. O por lo que dije yo.
Y levantaría costras que yo ya creía tener curadas y cicatrizadas por el tiempo y el fluir de la cerveza. Y te sacaría unos colores que ya creías tener olvidados y ocultos por la madurez, por los que creías que nunca más ibas a tener que pasar vergüenza alguna.
Habíamos encontrado un lugar común en el espacio-tiempo donde nuestros mundos no tenían intersecciones. Donde nuestras vidas no se cruzaban. Y no violábamos esa frontera, esa barrera psicológica. Pasamos a ser, para el otro, un nombre sin rostro en una lista de contactos del correo electrónico.
No más corazones rotos, no más falsas esperanzas y no más pesos encima, no más malos tragos por no hacernos daño.
Yo ya había aprendido a no beber.
No obstante, un día me dijiste que si quería tomar un café contigo. Y yo acepté.
Y aún no lo hemos tomado, pero la frontera ha sido vulnerada.
Quizá sea más que un simple café imposible.
Quizá la cafeína vaya a darle libertad a las palabras y a la reconciliación, implícita y silenciosa, de nuestros mundos.  

jueves, 13 de agosto de 2009

Dolor de cabeza

Hoy he despertado con dolor de cabeza. Montones de ideas taladran mi sien, pero hay una que sobresale de entre todas ellas. De repente, del abstracto silencio en el que se ahoga mi mente, aflora una canción. Poco a poco la letra perturba mi silencio y retorna a mi cabeza recordándome el estribillo, y con él, el titulo del tema: ``Mad World´´.
Mientras mi cabeza recuerda cada segundo de melodía, imágenes de mi vida renacen en mi cerebro. Hago un alto en el camino, me pregunto qué ocurre pero no hallo respuesta. Las imágenes no cesan, los recuerdos de historias en las que no encuentro el camino cada vez son más claros, en cuestión de segundos un bombardeo mental arrasa sin razón. No sé qué ocurre, pierdo el control, las lágrimas navegan por mi rostro buscando un punto de fuga. Al momento, todo cesa, y un silencio se apodera de mí una vez más, pero oigo algo a lo lejos, como una voz femenina que transmite un mensaje: Despierta.
En ese momento abrí los ojos y descubrí que había estado durmiendo todo ese rato. Mis ojos se tiñeron de verde brillo y torrentes de líquido translúcido brotaron de ellos. En ese momento descubrí que era más que un sueño, era el reflejo de la realidad. Sentí la impotencia tatuada en mi pierna, cerré los ojos, apreté mis puños y grité. ¡MAD WORLD!


Axilleus.